martes, 31 de julio de 2012

Gustar el café. El calendario y la geografía de la Tierra (Ni el centro ni la periferia, 4)

PARTE IV.- GUSTAR EL CAFÉ.
EL CALENDARIO Y LA GEOGRAFÍA DE LA TIERRA.
“A la tierra, el indígena la ve como la madre.
El capitalista, como uno que no tiene ídem”.

Don Durito de La Lacandona.
Algunas anécdotas poco científicas.


El día de ayer, mediando el sol, llegó con su banda el Daniel Viglietti que, como todos saben, es un ciudadano de la Latinoamérica de abajo que viaja con un pasaporte uruguayo y una guitarra subversiva. Hubo música y palabras. Con él le mandamos saludos a Mario Benedetti, otro de los culpables de frustrar mi carrera como musiquero de ritmos desconcertantes. El Viglietti nos contó que el recogedor de las lluvias de la memoria de abajo, Eduardo Galeano, había estado enfermo, pero que ya estaba mejor. Le mandamos parabienes a Don Eduardo y el ofrecimiento de que, en caso de una recaída, lo atendiéramos en la Clínica de Oventik, donde no abunda la medicina pero sí la morena alegría zapatista, que no cura pero sí alivia.
No es por presumirles, pero el Viglietti y yo compusimos, juntos, algunos versos para una de sus canciones y, además, nos echamos un dueto, es decir, él cantó y yo le sostuve el cuaderno con el apunte. La tenienta insurgenta nos acompañó en los coros y se sabía todas las canciones sin necesidad de cuaderno. A la hora de las confesiones inconfesables, supo él que yo en realidad era, por esas travesuras de la geografía de abajo, un uruguayo nacido en Chiapas. Estuvieron también Raúl Sendic y mi general Artigas, pero no estoy autorizado a revelarlo. Y el Che se asomó un rato nomás, acodado y burlón sobre unos versos de sueños y madrugada.
Cuando llegamos al momento de “A Desalambrar”, Daniel nos explicó que, cuando se la cantó por primera vez a su padre, él le advirtió de las consecuencias de cantarla en el campo. “Si se quita el alambrado se va a hacer un desgarriate, Daniel, porque el ganado se va a salir y se va a ir a quién sabe dónde o se va a revolver”, le dijo, palabras más, palabras menos.
Fue entonces que yo le conté una pequeña parte de lo que ahora les cuento más extensamente:
Por el lado del Caracol de La Garrucha, en la zona selva-tzeltal (que, por cierto, es donde se va a celebrar el Encuentro de las Mujeres Zapatistas con las Mujeres del Mundo, los últimos días de este mes de diciembre), antes del alzamiento existían varias fincas, que es así como los compas llaman a las haciendas.
Ubicadas en los mejores terrenos de las cañadas de la selva lacandona, con agua abundante, suelos planos y fértiles, carreteras cercanas, aeropistas privadas, estas haciendas concentraban miles de hectáreas y se dedicaban casi exclusivamente a la ganadería extensiva.
Los grandes árboles: las ceibas, los huápacs, los cedros, los caobas, los ocotes, los hormiguillos, los bayalté, los nogales; cayeron para dar paso a los bovinos que bonanza eran para las asociaciones ganaderas, los introductores de carne, los comerciantes y los gobiernos de todos los niveles.
Los indígenas (zapatistas, no zapatistas y antizapatistas) habían sido arrinconados contra las faldas de las sierras y en lo alto de los cerros, en terrenos pedregosos, siempre en pendientes pronunciadas. Ahí debían hacer sus cafetales en pequeños claros que la montaña, generosa con sus guardianes, abría de tanto en tanto en sus irregulares jorobas. Las milpas crecían entre piedras y espinas, agarrándose como podían de las empinadas cuestas que caían de tajo, como si la montaña se cansara de estar de pie y de pronto se dejara caer, así nomás, para sentarse en las tierras donde el mandón mandaba y aquello de “señor de horca y cuchillo” no era una imagen literaria.
En los pequeños cafetales trabajaba toda la familia. Gente de edad, hombres, mujeres, niñas y niños cortaban, limpiaban, secaban, aliñaban y empacaban el café en grandes costales llamados pergamino. Para comercializarlo, los mismos ancianos, hombres, mujeres y niños debían cargarlo, si tenían un poco de fortuna, en sus bestias. Pero como la poquedad también era de animales, ancianos, hombres, mujeres y niños eran las bestias que, sobre sus hombros, llevaban 30, 40 kilos de café pergamino. 2 o 3 jornadas de 8 a 10 horas de camino cada una. Llegaban a orilla de la carretera y esperaban un carro (que es así como se les llama a los camiones de tres toneladas), que les cobraban el equivalente a 10 o 15 kilos del café que habían llevado a lomo.
Al llegar a la cabecera municipal, los coyotes (que así llaman los compas a los intermediarios) acechaban los vehículos y prácticamente asaltaban a los indígenas, les mentían sobre el peso y el precio del café, aprovechando que la castilla era poca o nula en estos indígenas. La constatación de que eran engañados se estrellaba contra el argumento del coyote: “si no quieres, regrésate”. La poca paga conseguida iba a parar a las cantinas y burdeles, que tenían en la época de cosecha del café su mejor “temporada”.
Entre cosecha y cosecha de café, los indígenas, hombres, mujeres y niños, debían trabajar sus milpas de montaña, y emplearse como peones en las grandes haciendas que enseñoreaban los grandes valles que los ríos Jataté y Perlas abrían por entre esas montañas del sureste mexicano.
Los finqueros, que es como los compas llaman a los hacendados, siguieron un mismo patrón para la edificación de sus posesiones. La Casa Grande, es decir, la casa donde el finquero habitaba los días que estaba en sus posesiones, era hecha de material, amplia y con grandes corredores rodeándola. A un lado estaba la cocina. Después un amplio espacio cercado por alambre de púas. Fuera del cerco que marcaba los límites del espacio del “señor”, vivían los peones con sus familias, en casas de adobe, madera y techo de zacate. Al espacio de la “Casa Grande”, es decir, adentro del cercado de alambre de púas, sólo podían pasar el mayoral o capataz, y las mujeres que se encargaban de la cocina y el aseo de la casa y las cosas del señor. También solían entrar, de noche y cuando la señora del “señor” no estaba, las muchachas casaderas sobre las que el finquero ejercía el llamado “derecho de pernada” (que consistía en que el hacendado tenía el derecho de desvirgar a la mujer antes de ser desposada).
/Yo sé que parece que les estoy contando una novela de Bruno Traven o que estoy tomando un texto de finales del siglo XIX, pero el calendario en el que ocurría esto que les cuento marcaba diciembre del año de 1993, apenas hace 14 años./
Los peones indígenas no sólo habían plantado el alambrado que los separaba del “señor”, también cercaban los grandes potreros en los que pastaban los ganados que después serían suculentos filetes y complicados guisos en las mesas de los ricos de San Cristóbal de Las Casas, de Tuxtla Gutiérrez, de Comitán, de la Ciudad de México.
El cerco de alambre de púas no era sólo para controlar el ganado del finquero. Era también, y sobre todo, una señal de status, una línea geográfica que separaba dos mundos: el del caxlán o rico blanco, y el del indígena.
Con métodos que apenarían a la Border Patrol y al Minutteman, los hacendados crearon y aplicaron su propia ley aduanera: si un animal, de los pocos que tenían en los pueblos, se cruzaba del lado del terreno del finquero, pasaba a ser de su propiedad y el “señor” podía hacer lo que quisiera con él: sacrificarlo y dejarlo a los buitres, sacrificarlo y llevarlo a su mesa, ponerle su marca, o regalarlo al capataz para que, a su vez, hiciera lo que quisiera. Si, por el contrario, algún animal del “señor” cruzaba del lado del pueblo, éste debía devolverlo al terreno del finquero, y si sufría algún accidente, el pueblo debía pagarlo y, además, devolver el animal herido o muerto a la finca.
Yo sé que me estoy extendiendo mucho para señalar algo muy sencillo: la propiedad de la tierra pertenecía, antes del alzamiento, a los hacendados o finqueros que, por cierto, son el sector más retrógrado de los poderosos. Si alguien quiere conocer de veras cómo piensa y actúa la ultraderecha reaccionaria, platique con un finquero chiapaneco. Y les paso un nombre de uno de ellos, que, cuando menos hasta hace poco, era uno de los aliados de Andrés Manuel López Obrador en Chiapas y, junto con el Croquetas Albores y el PRD, llevó al poder a Juan Sabines (el que arrumbó, primero en un burdel desmantelado y luego en una bodega de café, a las familias zapatistas desalojadas hace unos meses de Montes Azules –por cierto, sin que los intelectuales progresistas dijeran ni una palabra de protesta-). El nombre del finquero es Constantino Kanter, y fue el autor de aquella ya famosa frase, dicha cuando el calendario marcaba el mes de mayo del año de 1993: “En Chiapas vale más un pollo que la vida de un indígena”.
Pero no insistamos en ello, pues es sabido que la memoria de arriba es selectiva y recuerda u olvida según lo que le conviene en calendario y geografía.
El caso es que pasó algo. No sé si lo sepan, pero se los diré porque parece que algunos no lo saben o lo han olvidado, o, cuando menos, actúan como si tal. Bueno, el caso es que el primero de enero de 1994, varios miles de indígenas se alzaron en armas contra el supremo gobierno.
No me lo van a creer, pero fue aquí, en esta geografía y en este calendario. Y dicen, habrá que confirmarlo, que se autodenominaron “Ejército Zapatista de Liberación Nacional” y que usaron pasamontañas para cubrirse el rostro, como para evidenciar que eran nadie.
Según algunas referencias de periódicos de ese calendario, los alzados tomaron simultáneamente 7 cabeceras municipales. Parece, no estoy muy seguro, que una de esas cabeceras municipales que cayó en manos de los rebeldes fue esta soberbia ciudad de San Cristóbal de Las Casas.
Combatieron contra el ejército federal y el gobierno central de entonces, que era encabezado por Carlos Salinas de Gortari y estaba formado por varios personajes que hoy pueden ser encontrados en las filas del PRD y de la CND lopezobradorista, los catalogó como “transgresores de la ley” (seguramente por haber transgredido la ley de gravedad, porque lo que está abajo no debe levantarse).
/Les pido que noten que nosotros no estamos hablando de personas con las que tengamos diferencias de estrategia o táctica, o de concepción de reforma o revolución. Estamos hablando de nuestros perseguidores, se nuestros verdugos, de nuestros asesinos. Si hubiéramos traicionado a nuestros muertos y hubiéramos apoyado esa supuesta opción contra la derecha, ahora estaríamos en un “bajón” y una frustración similares a las que describió el compañero Ricardo Gebrim, del Movimiento de los Sin Tierra, del Brasil.
Esta mañana he leído que la aberración jurídica que, violando la constitución, permite la legalidad del fascismo (como oportunamente señaló ayer aquí Don Jorge Alonso), fue votada a favor por diputados de todas las tribus y corrientes del PRD, incluidas aquellas afines o dependientes de Andrés Manuel López Obrador. Odio decir que se los dije, pero se los dije. Quienes pasaron por alto todo, en aras de detener a la derecha, ahora están frustrados y en “bajón”. Nosotras, nosotros, que alcanzamos a intuir lo que ahora pasa, tenemos… otra cosa. /
En fin, es algo que habrá que investigar en las bibliotecas y hemerotecas, que es donde el trabajo teórico serio debe surgir.
Lo que quiero contarles es lo que pasó también en esos calendarios, pero en otra geografía que no es la de las ciudades, es decir, en la geografía de las fincas.
Resulta que, no es muy seguro pero hay indicios de que esto fue así, los alzados se prepararon con mucho tiempo de anticipación, y hasta elaboraron unos reglamentos o memorándums que llamaron “Leyes Revolucionarias”.
Una de ellas, la llamada “Ley Revolucionaria de las Mujeres”, ya fue mencionada aquí por Sylvia Marcos hace unos días. Ella es una investigadora seria, así que es muy probable que, en efecto, existieran (tal vez todavía existan) esas mentadas leyes.
Bueno, pues otra de esas leyes se llamó, o se llama, “Ley Agraria Revolucionaria”.
Aunque no todo teórico que se respete lo hace, me he tomado la molestia de investigar y, por ahí, he encontrado algo que los intelectuales progresistas llaman “panfleto” y que parece un periodiquito de ésos que hacen los pequeños grupos radicales y marginales. Se llama “El Despertador Mexicano. Órgano Informativo del EZLN”, es el número 1 (ignoro si hay números posteriores) y está fechado en diciembre de 1993, hace exactamente 14 calendarios.
Ahí encontré esto que les narro y dice a la letra (respeto la redacción original sólo para evidenciar que estos alzados no tenían ninguna asesoría teórica respetable y conocida, y que se vea que de plano eran medio nacos, o que le preguntaron a su gente -personas sin ninguna preparación, evidentemente- lo que iban a poner):

Ley Agraria Revolucionaria
La lucha de los campesinos pobres en México sigue reclamando la tierra para los que la trabajan. Después de Emiliano Zapata y en contra de las reformas al artículo 27 de la Constitución Mexicana, el EZLN retoma la justa lucha del campo mexicano por tierra y libertad. Con el fin de normar el nuevo reparto agrario que la revolución trae a las tierras mexicanas se expide la siguiente


LEY AGRARIA REVOLUCIONARIA.
Primero.- Esta ley tiene validez para todo el territorio mexicano y beneficia a todos los campesinos pobres y jornaleros agrícolas mexicanos sin importar su filiación política, credo religioso, sexo, raza o color.
Segundo.- Esta ley afecta todas las propiedades agrícolas y empresas agropecuarias nacionales o extranjeras dentro del territorio mexicano.
Tercero.- Serán objeto de afectación agraria revolucionaria todas las extensiones de tierra que excedan las 100 hectáreas en condiciones de mala calidad y de 50 hectáreas en condiciones de buena calidad. A los propietarios cuyas tierras excedan los límites arriba mencionados se les quitarán los excedentes y quedarán con el mínimo permitido por esta ley pudiendo permanecer como pequeños propietarios o sumarse al movimiento campesino de cooperativas, sociedades campesinas o tierras comunales.
Cuarto.- No serán objeto de afectación agraria las tierras comunales, ejidales o en tenencia de cooperativas populares aunque excedan los límites mencionados en el artículo tercero de esta ley.
Quinto.- Las tierras afectadas por esta ley agraria, serán repartidas a los campesinos sin tierra y jornaleros agrícolas, que así lo soliciten, en PROPIEDAD COLECTIVA para la formación de cooperativas, sociedades campesinas o colectivos de producción agrícola y ganadera. Las tierras afectadas deberán trabajarse en colectivo.
Sexto.- Tienen DERECHO PRIMARIO de solicitud los colectivos de campesinos pobres sin tierra y jornaleros agrícolas, hombres, mujeres y niños, que acrediten debidamente la no tenencia de tierra alguna o de tierra de mala calidad.
Séptimo.- Para la explotación de la tierra en beneficio de los campesinos pobres y jornaleros agrícolas las afectaciones de los grandes latifundios y monopolios agropecuarios incluirán los medios de producción tales como maquinarias, fertilizantes, bodegas, recursos financieros, productos químicos y asesoría técnica.
Todos estos medios deben pasar a manos de los campesinos pobres y jornaleros agrícolas con especial atención a los grupos organizados en cooperativas, colectivos y sociedades.
Octavo.- Los grupos beneficiados con esta Ley Agraria deberán dedicarse preferentemente a la producción en colectivo de alimentos necesarios para el pueblo mexicano: maíz, frijol, arroz, hortalizas y frutas, así como la cría de ganado vacuno, apícola, bovino, porcino y caballar, y a los productos derivados (carne, leche, huevos, etc.).
Noveno.- En tiempo de guerra, una parte de la producción de las tierras afectadas por esta ley se destinará al sostenimiento de huérfanos y viudas de combatientes revolucionarios y al sostenimiento de las fuerzas revolucionarias.
Décimo.- El objetivo de la producción en colectivo es satisfacer primeramente las necesidades del pueblo, formar en los beneficiados la conciencia colectiva de trabajo y beneficio y crear unidades de producción, defensa y ayuda mutua en el campo mexicano. Cuando en una región no se produzca algún bien se intercambiará con otra región donde sí se produzca en condiciones de justicia e igualdad. Los excedentes de producción podrán ser exportados a otros países si es que no hay demanda nacional para el producto.
Undécimo.- Las grandes empresas agrícolas serán expropiadas y pasarán a manos del pueblo mexicano, y serán administradas en colectivo por los mismos trabajadores. La maquinaria de labranza, aperos, semillas, etc. que se encuentren ociosos en fábricas y negocios u otros lugares, serán distribuidos entre los colectivos rurales, a fin de hacer producir la tierra extensivamente y empezar a erradicar el hambre del pueblo.
Duodécimo.- No se permitirá el acaparamiento individual de tierras y medios de producción.
Décimo Tercero.- Se preservarán las zonas selváticas vírgenes y los bosques y se harán campañas de reforestación en las zonas principales.
Décimo Cuarto.- Los manantiales, ríos, lagunas y mares son propiedad colectiva del pueblo mexicano y se cuidarán evitando la contaminación y castigando su mal uso.
Décimo Quinto.- En beneficio de los campesinos pobres, sin tierra y obreros agrícolas, además del reparto agrario que esta ley establece, se crearán centros de comercio que compren a precio justo los productos del campesino y le vendan a precios justos las mercancías que el campesino necesita para una vida digna. Se crearán centros de salud comunitaria con todos los adelantos de la medicina moderna, con doctores y enfermeras capacitados y conscientes, y con medicinas gratuitas para el pueblo. Se crearán centros de diversión para que los campesinos y sus familias tengan un descanso digno sin cantinas ni burdeles. Se crearán centros de educación y escuelas gratuitas donde los campesinos y sus familias se eduquen sin importar su edad, sexo, raza o filiación política y aprendan la técnica necesaria para su desarrollo. Se crearán centros de construcción de viviendas y carreteras con ingenieros, arquitectos y materiales necesarios para que los campesinos puedan tener una vivienda digna y buenos caminos para el transporte. Se crearán centros de servicios para garantizar que los campesinos y sus familias tengan luz eléctrica, agua entubada y potable, drenaje, radio y televisión, además de todo lo necesario para facilitar el trabajo de la casa, estufa, refrigerador, lavadoras, molinos, etc.
Décimo Sexto.- No habrá impuestos para los campesinos que trabajen en colectivo, ni para ejidatarios, cooperativas y tierras comunales. DESDE EL MOMENTO EN QUE SE EXPIDE ESTA LEY AGRARIA REVOLUCIONARIA SE DESCONOCEN TODAS LAS DEUDAS QUE POR CRÉDITOS, IMPUESTOS O PRESTAMOS TENGAN LOS CAMPESINOS POBRES Y OBREROS AGRÍCOLAS CON EL GOBIERNO OPRESOR, CON EL EXTRANJERO O CON LOS CAPITALISTAS.
Con ese artículo décimo sexto termina esa ley. Hay más leyes, pero no vienen al caso, o cosa, según. Quisiera hacer notar la falta de perspectiva de modernidad de estos transgresores de la gramática y el buen gusto, ya que no aparece ninguna referencia al libre comercio ni a las comodidades agrícolas que, dios salve al señor Monsanto, el capitalismo ha traído felizmente al mundo.
En fin, parece ser que en los territorios que llegaron a controlar los rebeldes, se aplicó esta ley y que los finqueros fueron expulsados de sus grandes propiedades y esas tierras se repartieron entre los indígenas que, cuentan, lo primero que hicieron fue desalambrar los cercos que protegían las casas de los hacendados.
Cuentan también que ese atentado contra la propiedad privada lo hicieron cantando la rola del mismo nombre, autoría de un tal Daniel Viglietti (mismo que fue visto todavía hace unas horas en esta geografía, acompañado de gente de muy dudosa reputación -varias personas presentes se cubrían el rostro, lo que no deja duda de que ocultaban algo-).
Según rumores, años después los alzados crearon sus propias formas de autogobierno y formaron lo que llaman “comisiones agrarias” para vigilar el reparto de tierras y el cumplimiento de esta ley.
Lo que sí sabemos es que no son pocas las dificultades que han encontrado y encuentran, y que las resuelven según sus propias facultades y medios, en lugar de recurrir a asesores, especialistas e intelectuales que les digan lo que deben hacer, cómo deben hacerlo y les evalúen lo hecho y deshecho.
Hay otro dato, escandaloso como el que más. Según fuentes confiables, que no pueden ser reveladas porque usan pasamontañas, una madrugada cualquiera, esos hombres, mujeres, niños y ancianos, se descubrieron el rostro y cantaron y bailaron, siempre con ritmos que no tiene catalogación conocida. Dicen que sabían que no eran menos pobres que antes y que se les venían encima problemas de todo tipo, entre ellos el de la muerte, así que no sabemos el motivo, causa o razón de su alegría.
Según últimas informaciones, siguen bailando, cantando y riendo desde hace 14 calendarios y que dicen que es porque hay ya otra geografía en sus tierras. Esto sólo demuestra que son unos ignorantes, porque los mapas y cartas topográficas del INEGI no dan cuenta de ningún cambio en el territorio de ese suroriental estado mexicano de Chiapas.

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